Esta vez José María nos la ha jugado bien. En más de una ocasión los personajes que él con tanto acierto encarnó, en el ejercicio de su muy amada afición teatral, hubieron de pasar por el duro trance del "pasamento" pero ahora, desgraciadamente, el hecho es real.

Su gran talla como persona, como amigo, como compañero, hizo de él una persona impar. He tenido la suerte de conocerlo, en el sentido de apercibirme de su presencia física, hace muchos años, pero en su inmensa dimensión humana y afectiva, bastante después y en ese momento mi afecto y admiración crecieron considerablemente y pienso que en su caso el término maestro alcanza su verdadero sentido.

Yo me siento muy honrado de haber trabajado bajo su dirección y la de su amigo Maximino Queizán en las representaciones de teatro leído que el grupo ACVIRE (actores de Vigo reunidos) organizada por iniciativa de Helena Cácamo y Aurora Maestre y mi experiencia en este campo es insuperable por lo mucho que he aprendido a su lado.

En el terreno personal, su carácter le hacía digno del mayor afecto porque él era afectuoso de suyo y nadie podía sustraerse a ese vínculo.

José María, estoy seguro, sigue entre nosotros. Y por eso me resisto a decirle adiós. Mejor diré: hasta luego, amigo.