Una hora y cuarenta y cinco minutos. Ése es el tiempo que he esperado en una parada de Samil el paso de un autobús que me llevara a casa en la noche de San Juan. Y encima, sin éxito. Transcurrido este tiempo decidí tomar un taxi y pagar los 10 euritos de rigor. Se cansaron de empapelar todos los autobuses con anuncios de una frecuencia de 15 minutos para la noche de las hogueras. Y he estado una hora y cuarenta y cinco minutos esperando, sin poder coger uno, ni en un sentido ni en otro. Pero no es la primera vez que tengo un problema con Vitrasa. Ya me han dejado tirado más de una vez, de dos y de tres. Desde que tengo uso de razón, Vitrasa ha sido el único motivo por el que me avergüenzo de ser vigués: un transporte urbano tercermundista, donde la puntualidad brilla por su ausencia, los recorridos son agotadores, la frecuencia publicitada es irreal y el compromiso con los pasajeros, inexistente. Abel Caballero prometió en campaña una revolución del transporte público, con frecuencias de 5 minutos en el centro y 15 en el resto de zonas. Yo me mostraba escéptico: no era el primero que prometía algo así. Pasados ya 3 años, sé que la promesa en cuestión correrá la misma suerte que el AVE para 2012. Pero qué les importará a ellos que los futuros ingenieros viajen al campus en una lata de sardinas que tarda 50 minutos en llegar, si ellos siempre tendrán en la puerta del lugar donde estén un coche oficial aparcado, ya sea en doble fila o simplemente obstaculizando un carril de circulación, con una señal de prohibición de estacionamiento encima. Ahora, cuidado como salgas tú con el coche, porque sentirás el aliento de Xulio Calviño en el cogote, persiguiéndote con el multamóvil, o preparando el enganche de la grúa en cuanto te despistes.

Así se fomenta el transporte público, con un billete de los más caros de España y con un servicio de los más deficientes. Cada vez que tengo que viajar en Vitrasa es un Vía Crucis. Seguiré esperando, como en la parada de Vitrasa de Samil, a que a algún político se le ocurra hacer algo por nosotros. Seguiré esperando a que algún político sirva realmente de algo para sus ciudadanos, en lugar de chupar cámara con una sonrisa y hacer lo que sea para sacar rédito electoral.

Tengo la esperanza de no terminar cogiendo un taxi. Y luego aún se extrañan de que los jóvenes no nos impliquemos en política: como para hacernos cómplices y seguir el juego a "gobernantes" de esta calaña...