Si hay algo que España sabe hacer de sobra es pararse para protestar por aquello que no le gusta.

Manifestaciones, paradas en el trabajo, cuchicheos, mítines… Todo ello con un único motivo, hacerse escuchar. Lo malo es que cuando los que escuchan sólo buscan la fotografía o el dinero en el bolsillo para "repudiar" las acciones de los trabajadores, el acto en sí carece no sólo de sentido, sino de lógica.

Actualmente los sindicatos y la patronal andan a la gresca –por fin, podría exclamar cualquiera– por algo que nos afecta a todos directamente y sobre todo en estos tiempos que corren: el reducir el precio del despido y la definición de despido procedente, como los asuntos más importantes.

Ciertamente a mí me gustaría que la segunda sí fuera realmente bien explicada y amparada por la ley, quizás de esa forma podríamos mandar a… –rellénese por el lector– a líderes como el jefe de la patronal, que no puedo llegar a entender como el señor Díaz Ferrán que ha llegado a hundir en la miseria todos sus negocios –por suerte los trabajadores ahora pueden respirar tranquilos, han sido adquiridos por otras manos más profesionales– pueda ser el líder de los que nos lideran, aunque sabiendo la cantidad de estafas a la seguridad social y otras felonias de este elemento, que a lo mejor lo tienen como ejemplo y podría explicar porque somos uno de los países que tardará más en salir de la crisis…

Por suerte o por desgracia no se ha llegado un acuerdo, así que toca al Gobierno meter mano en el asunto y hacerlo por decreto. Lo cual provoca un escalofrío en mi espalda porque en más de una ocasión hemos visto por donde cojea Zapatero, así que por si las moscas, yo ya he cogido un par de juegos de sábanas blancas y creado mi pancarta: "Por un empleo seguro, me fui a Hamburgo".