Recientemente, en una visita a una residencia de ancianos, hablé con una doctora que me decía como se admira, cada día, del coraje con que la gente trata de encontrar sentido al final de su vida. Ella disfruta atendiendo a sus pacientes, y como a mí, también le gusta estar rodeada de personas mayores, ya que con ellos recuerdas el valor de la paciencia y la experiencia vital, algo que se olvida, fácilmente, en medio del ajetreo de la existencia diaria.

Hay pocos geriatras y me pregunto porque no se forman suficientes médicos en esta especialidad, cuando la esperanza de vida va en aumento, claro que con la geriatría no se puede salvar vidas; pero no por eso es deprimente, ya que hablar o escuchar a una persona de 85 o 90 años, es gratificante y enriquecedor; aunque tenga pérdida de memoria pero el trato con las personas, el valor de la experiencia que trasmiten con independencia de la edad, o las minusvalías, son cosas que de verdad importan para la calidad de la vida humana, ya que es la insuficiente atención a los ancianos e impedidos lo que induce a la desesperanza y crea el caldo de cultivo de la eutanasia, de ahí la necesidad de tratar el dolor y asegurar el acompañamiento con los medios humanos y económicos adecuados.

Todos tenemos derecho a morir con dignidad; pero nadie tiene derecho a que le maten, de ahí la necesidad de médico geriatras y hospitales adecuados para tratar exclusivamente a los ancianos, porque son pacientes específicos y que requieren tratamientos y cuidados específicos.