Hace una semana, la familia, los amigos y la ciudad despedían con masivas,emotivas y merecidas ceremonias a uno de sus más preclaros hijos de esta generación: Alberto Durán Núñez. Sobre el empresario y el político se han dicho y escrito muchos y ciertos elogios pero,pasada la emoción de su imprevisto deceso, quiero destacar las cualidades del hombre, del amigo entrañable y de su proyección exterior. Cuando lo conocí, hace muchos años,Alberto era un jovencito de faz risueña y serio obrar que siguiendo la saga familiar ya había iniciado sus viajes, estudios y estancias en prestigiosos centros de formación de Inglaterra, que dejaron en él una profunda huella, en su cultura como en su carácter, tanto que en más de una ocasión me han hecho dudar si estaba ante un inglés convertido en español o, por el contrario, era un compatriota que albergaba una dosis profunda del aire y el estilo de la Inglaterra imperial.Como consecuencia de su formación,Alberto sabía escuchar.Jamás elevaba el tono de voz y cuando sus amigos hispanos lo hacían, sabía rebajar, como nadie, el acaloramiento desviando la conversación hacia cualquier tema al que dotaba de interés y atención. Su sentido de la ponderación, de respeto a las ideas ajenas, aunque discreparan de las suyas, surgía en él de un modo espontáneo siempre acompañado de las maneras de un gentleman. Pero el peso de su educación le había impreso otra característica singular:amaba a España y a Vigo de una manera profunda,de tal modo que siempre estaba pensando cómo enaltecerlas y hacerlas prosperar,pero jamás hablaba de ello. Hechos y no palabras debía de decirse a sí mismo, porque la vanidad jamás se albergó en su gran personalidad. Alberto tenía una gran proyección internacional. Los consulados de Noruega y Suecia, que tradicionalmente estuvieron en manos de su familia, cuando llegaron a las suyas fueron aumentando su prestigio y el de sus naciones, dado el cariño con que cuidaba sus intereses y se adaptaba a su conocimiento a base de estancias más o menos largas y viajes de contactos que aumentaban sus amigos y círculos del país. Las naciones que representaba fueron conscientes de sus esfuerzos y atención, condecorándole con las más altas y prestigiosas Órdenes que se pueden otorgar a un no nacional. Suecia y Noruega han perdido un gran Cónsul, así lo he podido constatar, y nosotros, sus amigos y yo, a un hombre cabal. Su huella permanecerá indeleble y su vacío siempre se hará notar.