Uno de estos días, en el colegio, mis hijos han visto interrumpidas sus clases por la visita de una inspectora de la Xunta.

Después de escuchar los relatos de sus respectivas experiencias, lo que me llena de asombro, es que con estas visitas, los inspectores persiguen, única y exclusivamente, controlar la aplicación del Decreto de Imposición del gallego en la enseñanza.

Solamente se les preguntaba a los alumnos si hablan gallego y si van a organizar alguna actividad con motivo del día de las letras gallegas y a los más pequeños se les dice que le reciten alguna poesía, en gallego por supuesto, para deleitar al inspector de turno y que pueda comprobar que cumplen con el gallego a rajatabla.

En ningún momento se interesa el inspector por las dificultades que pueden tener los pequeños al imponerles una lengua que no es la suya, ni por los que residen en Galicia eventualmente o sus padres son extranjeros. Ni se le da mayor importancia a que haya niños con dislexia, hiperactividad o cualquier tipo de problema de aprendizaje...

Me imagino que si se evita hacer referencia a todo esto no es para que el inspector no se disguste y tenga un buen recuerdo de su paso por el centro sino porque todas estas cuestiones no son de su interés.

Si "Amar a lingua" es estar de acuerdo con la práctica de unos métodos control de tan mal gusto, será que yo he dejado de amarla. Porque esta forma de hacer las cosas me parece antipedagógica, antipática y más propia de otras épocas.

Con la imposición del gallego están consiguiendo el efecto contrario y no sé si algunos inspectores son tontos, pero lo que les puedo asegurar es que los niños no lo son.

¿Podrían hacer un esfuerzo y pensar que lo más importante que se le puede transmitir a un niño es el placer de aprender?

Esto es lo que realmente debería evaluar un buen inspector en cada colegio que visita, la capacidad y la voluntad de los maestros de trasmitir ilusión a la par que conocimientos.