Escribo de nuevo sobre lo mismo, como cada verano. Es mi padre, que siempre me avisa de estas cosas. Una persona que disfrutó de una playa recordada, de miles de calamares, de nécoras, de lenguados y sollas, de pulpos entre las grietas, y de robalizas de destellos de sol. Esos lugares que cada uno tenemos y que el tiempo imparable cambió.

Hace un año aproximadamente que denuncié en este periódico algo similar y si soy algo reiterativo, pido perdón. En esta ocasión lo hago para comentar la falta de sensibilidad de un progreso mal entendido. El título de esta carta podía ser el desenlace de una historieta de Mortadelo y Filemón. La monda: "Gamberrada total. Arrojan toneladas de arena oscura del río Miño a una playa casi siempre sucia de tímida arena blanca y bla bla bla...".

Otra vez esa playa, la Madorra: ¿a quién interesa? Culo de la ría de Baiona, se viste de verde en agosto, sufre el síndrome de Diógenes en invierno y se llena de colores enterrados durante todo el año. Cuando sopla sur huele, siempre maltratada por la poca cabeza de los gobernantes y por el caótico crecimiento del pueblo de Panxón. Pero desde la playa se contempla un paisaje bellísimo de horizontes recortados, un mar grandioso y una isla dormida al sol, con nubes coloreadas y un viento que levanta escamas de espuma.

Esta playa se encuentra en un entorno mal urbanizado, con una carretera aburrida de coches. No me olvido de una nueva edificación, todavía de ladrillos virada hacia el oeste, un Titanic varado un mal día en el lugar donde estuvo el Stella Maris, desaparecido por arte de magia.

Tal vez sea mucho suponer que Costas haya realizado un estudio del impacto ambiental, o para que no influya en el ecosistema, o por la Xunta, o por Medio Ambiente o por el ayuntamiento de Nigrán.

Me dicen que están dragando una zona del río Miño para conseguir más calado, o no sé qué. No tenían dónde echar esa arena y pidieron algún sitio para depositarla: "cómo no..." dijeron los que pasan de largo. "Pues allí, le haremos un favor a esa playa tan fea".