El evento anual más importante de la electrónica de consumo, la feria CES de Las Vegas, ha mostrado que el sector vive un momento de transición en busca de un nuevo fenómeno tecnológico tras el apogeo comercial de tabletas y teléfonos inteligentes. En esta edición, el principal protagonista fue la llamada “wearable technology” o “tecnología para vestir” que consiste en dispositivos portátiles, pequeños que sirven para monitorizar algún aspecto de la actividad humana. Todo apunta que la ropa de vestir va a convertirse en el próximo “ordenador” (servirá para fines como medir la presión, el ritmo cardíaco, la glucemia, etcétera).
El hecho de tener sensores cada vez más pequeños y baratos, junto con la ambición compulsiva de una sociedad en la que parece que todo debe estar conectado a Internet, ha dado lugar a un nuevo escenario del “yo conectado” en el que fabricantes de hardware y software ponen sus miradas en lanzar dispositivos portátiles y prácticos que midan cualquier parámetro relativo a un mejor cuidado de la salud. Además, está el interés de los creadores de aplicaciones móviles, pues en su mayoría esos sensores no dejan de ser periféricos de un teléfono inteligente, aunque ya hay prendas autónomas, como la presentadas por la compañía Heapsylon (por cierto, financiada con capital español), con una innovadora línea de calcetines, ropa interior y camisetas deportivas que realizan sus mediciones sin necesidad de tener un smartphone.
Aún se está en una fase “primitiva”, queda mucho camino por recorrer, pues es necesaria lógicamente una evolución técnica que mejore la autonomía de las baterías al tiempo que amplíe los usos de dicho sensores y sobre todo el convencer a la gente para que se ponga relojes, brazaletes, gafas y ropa destinados a recabar información sobre sus actividades físicas. Sin embargo, la feria CES ha sido un buen escaparate para el florecimiento de este negocio.